"La Gratitud Se Parece Mucho a las Frambuesas" Por Lindsay Hausch
Esta mañana
encuentro la gratitud escondida entre las uvas moradas, las manzanas fuji y
medio pepino podrido en la gaveta de las verduras de mi refrigerador.
Dudé en sacar el
delgado recipiente de plástico. Compré este recipiente de frambuesas para que
mis hijos se las comieran, asombrada por el precio mientras las colocaba entre
los productos enlatados, la leche y la carne de pavo molida. Sé que se volverán
blandas y afelpadas si no las comemos pronto, pero luego está la cuestión de
enjuagarlas. Tampoco son siempre la fruta más fácil de comer. De alguna manera,
mis hijos siempre encuentran la manera de esparcir el jugo rosado en sus dedos
y en las comisuras de sus bocas. Mi hija mayor normalmente las aplasta en su
bandeja y luego pasa sus mangas sobre ellas.
Frambuesas.
Incluso se escriben de forma diferente para enfatizar su naturaleza explosiva.
Parecen inocentes terrones rosados, pero bajo un poco de presión explotan.
Comerlas es una sobrecarga sensorial de textura y sabor. Ácidas, dulces,
crujientes, jugosas, desordenadas... sí... frambuesas.
Esta mañana,
mientras mis hijos se las metían en la boca, el placer se extendía como la
gratitud, por todas sus manos y rostros.
Veo a mis chicas
saborear cada bocado, y sé que esto es gratitud. La vida vivida un bocado agradecido
a la vez. Sí, la gratitud despierta mis sentidos y destapa el momento que tengo
delante de mí... las risitas, la alegría, el calor, la casa desordenada, los
rizos rebeldes y los pequeños pies descalzos.
A menudo, quiero
una existencia limpia. Estéril, recta y sencilla como las cocinas perfectas que
veo en el catálogo de Lowe's, con un refrigerador de acero inoxidable, armarios
blancos y encimeras de mármol brillante, sin huellas dactilares, sin
pegajosidad, sin desorden y sin signos de vida. Pero entonces, la vida es más
como perseguir gelatina a través de un plato con un tenedor. Su suave y
brillante, cambiante y movible...
Mi bebé de
quince meses empezó a decir, “gracias”. O más bien es algo así como “gacias”.
Ella no entiende todavía el agradecimiento como algo abstracto, sino como las
dos palabras mágicas que abren la puerta a todo lo que quiere. Me da un palito
de queso para que lo abra y dice “gacias”, sus brazos se extienden para el
crayón que su hermana mayor sostiene y grita, “gacias, gacias, ¡GACIAS!” Sé que
tiene mucho que aprender sobre cómo ser agradecida, pero yo también. Una cosa
que sí sé es que el “gracias” no abre la puerta a lo que quiero, pero sí me
ayuda a ver lo que ya tengo.
Así que saco el
recipiente de plástico y lo enjuago a mano. Les doy un tazón a cada uno- y veo
la vida esparcirse por sus rostros sonrientes. Y la gratitud estalla en mi
corazón.
“Gustad, y ved
que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él.” Salmo 34:8
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