Fresh Hope para la Salud Mental

Eran las 7:00 pm. Iba en un autobús regresando de un día en la universidad, sin previo aviso comencé a sudar, mi respiración era superficial, sentía la falta de aire, mi corazón comenzó con taquicardia y solo quería salir de donde estaba porque algo no estaba bien conmigo. Llegue a mi casa y sin razón aparente comencé a llorar, queriendo sacar la vorágine de emociones que sentía; mi madre estaba preocupada, y mi hermano solo me decía: “Tranquila, está bien, llora.” Así fue mi primer ataque de pánico. A pesar de que por mi carrera sabia teóricamente lo que me podría estar pasando, por dentro era un desastre. Pensé en su momento que era un evento aislado, que tenía mucho estrés por mis evaluaciones y que esto se solucionaría luego que rindiera mis últimos exámenes, pero no fue así. Siguieron otros ataques, incluso más fuertes que el primero, y mi vida cambio. Tenía esta pesada bola de miedo, preocupación e inseguridad, que día a día me cansaba y me consumía; sentía esa carga por

En la actualidad se escucha mucho hablar de las “personas toxicas” y de cómo debemos alejarnos de ellas para poder vivir mejor. Pero, ¿qué pasa si la persona toxica soy yo?, ¿cómo puedo saberlo? Muchas veces me he descubierto a mí misma siendo toxica, aunque no siempre ha sido inmediatamente, más bien ha sido con el paso del tiempo, después que ya ha afectado mi vida y ha empeorado las cosas. Por ejemplo, en muchas ocasiones, en el área laboral, recibí retroalimentación negativa, pero yo no podía entender, mucho menos aceptar, los comentarios negativos sobre mí, porque yo estaba haciendo las cosas bien y dando lo mejor de mí, yo trataba de ayudar a los demás y hacerlos felices, yo trabajaba más (y mejor) que los demás, así que yo no era el problema, ¡yo era una víctima! No me daba cuenta de la negatividad que transmitía, al contrario —TODOS los demás estaban en contra de mí. Todos eran malos e injustos ¡TODOS!, menos yo—. Pero cuando por alguna razón tenía un momento de au

Hay una doctrina que indica que una maldición generacional está referida a las consecuencias heredadas de pecados que cometieron nuestros antepasados. Puede manifestarse como adicciones, enfermedades o la práctica de algún pecado específico que se ha repetido por generaciones en la familia. Algunas iglesias hasta practican lo que llaman ‘liberación espiritual’, para “romper” estas maldiciones. ¿Cuántas veces me pregunté si era eso lo que yo necesitaba? Incluso, una vez asistí a una de estas “sesiones” … y también me prometí a mí misma jamás volver. Pero eso es harina de otro costal. Lucho con un trastorno del estado del ánimo desde mi adolescencia y mi primera consulta con un profesional fue a los 19 años, al ingresar a la universidad para estudiar la carrera de psicología. Aprendí que los trastornos mentales son provocados por una combinación de múltiples factores, entre ellos la genética. Aunque no pensé mucho en eso cuando nació mi hija, justamente hace 20 años, el 19 de

Esta persona a quien yo no había visto en 17 años había aparecido. Mi esposo y yo estábamos teniendo desacuerdos fuertes y, simultáneamente, yo estaba teniendo un episodio de hipomanía sin saberlo. Estos tres eventos separados ya mezclados eran una receta para el desastre. Todo en mi vida parecía explotar y me encontré a mí misma preguntando por qué. Por qué Dios había permitido que esta persona apareciera exactamente cuando yo estaba experimentando hipomanía. Por qué Dios había permitido que mi esposo y yo pasáramos por lo que estábamos pasando. Por qué Dios no me sanaba de esta enfermedad. Por qué. Por qué. Por qué.  Hasta que mi papá me dijo las 4 palabras más sabias que yo he escuchado jamás– "Dios está en control". Y fue hasta entonces que pude respirar de nuevo. Fue entonces en que, escuchando una playlist en YouTube, por "casualidad" comenzó a sonar una canción de Carrie Underwood que en inglés se llama "Jesus Take the Wheel" ("Je

Cuando empecé a buscar ayuda para tratar de descubrir que me estaba sucediendo, me encontré con muchas barreras que obstaculizaron mi camino hacia un diagnóstico adecuado y una recuperación saludable. Crecí en un hogar cristiano y tuve la bendición de ver como el amor de Dios y la fe pueden hacer la diferencia en la vida de las personas. Sin embargo, me sentía mal por no poder tener el mismo nivel de espiritualidad (o religiosidad, según lo comprendo ahora) que tenían otras personas. Pensaba que había algo malo en mí y, por alguna razón, no merecía hablar con Dios, mucho menos pedir Su ayuda. Desde mi infancia luché con sentimientos y pensamientos de tristeza, de inferioridad, de que no encajaba en ningún lugar. No sabía qué me sucedía porque, aunque hubo dificultades y situaciones que influyeron en mi vida, mi infancia no fue mala. Nunca me faltó nada, tuve amor y cuidado; no me puedo quejar. Pero algo faltaba, algo me hacía sentir una tristeza profunda, un vacío enorme y

Mi nombre es Joyce, soy de Colombia y vivo en Valencia, España. Hace un tiempo, navegaba por Facebook y encontré  por casualidad  una publicación que captó mi atención de inmediato. Confieso que no soy muy amante de la lectura, pero si veo un artículo que me parece interesante, ahí me quedo hasta terminarlo. Empecé a leer lo que había encontrado y OH! GRATA SORPRESA, hablaba del estigma que teníamos las personas que estamos diagnosticadas con un problema de salud mental, porque a mí me decían que era cristiana y mi problema  se debía a falta de FE, falta de ORACIÓN, falta de AYUNO, DEBÍA HACER MÁS GUERRA ESPIRITUAL, etc., etc... Hace algunos meses había empezado un  libro devocional que duraba 21 días y me propuse cumplir la hora para levantarme pactada por mi hacia Dios; levantarme, orar, leer el devocional y, lo más importante, mi mayor motivación era abandonar el tratamiento con ansiolíticos pautados por mi psiquiatra. Los primeros días me sentía valiente, muy BUENA CRI

Lo recuerdo con claridad –  era el último Domingo del año y estábamos ahí, mi esposo y yo, en medio de la congregación en nuestra iglesia. Mi brazo derecho alrededor de mi esposo y mi brazo izquierdo alrededor de mis hijos. Había sido un año extremadamente difícil –  el año en el que fui diagnosticada con trastorno bipolar después de un episodio de hipo manía que casi me costó mi matrimonio. Mis ojos cerrados mientras escuchaba las voces al unísono cantando el clásico himno –   “Oh Dios Eterno Tu Misericordia, Ni una sombre de duda tendrá, Tu compasión y bondad nunca fallan Y por los siglos el mismo serás. Oh Tu Fidelidad, Oh Tu Fidelidad, Cada Momento la veo en mí, Nada me falta Pues todo Provees, Grande Señor Es Tu Fidelidad.” Una mezcla de emociones fluían dentro de mi. De no haber sido porque los medicamentos que estaba tomando me hacían difícil poder llorar, hubiera estado bañada en lágrimas. No lágrimas de tristeza sino de asombro ante el carácter

Una de las mejores memorias que tengo de mi infancia es cuando íbamos al lago de Coatepeque en El Salvador todos los fines de semana con mi familia. Mi papá, quien siempre ha sido un hombre muy atlético, nos enseñó a todos a esquiar en el agua. Aunque todos disfrutábamos mucho hacerlo, nadie lo disfrutaba como mi papá. ¿Por qué? Porque él era un experto. Mientras la lancha lo halaba por el lazo, él se deslizaba sobre el agua, hacia la izquierda, luego hacia la derecha, con un control maravilloso sobre su velocidad y dirección. Todos los demás no podíamos hacer eso. Todo lo que lográbamos hacer es ser levantados sobre el agua y de ahí nos quedábamos lo más quietos posibles evitando caernos. Hasta que un día mi papá nos contó cuál era su secreto– y el secreto, nos dijo, estaba en sus ojos. "Cuando quieras ir hacia un lago, lo primero que debes hacer es mirar hacia ese lado y comenzarás a sentir cómo todo tu ser se comienza a mover hacia esa dirección". Al principi