“El Miedo vs. La Esperanza” Por Eli González
“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.” – Isaías 43:2 (NVI)
El último lunes de septiembre, después del almuerzo y tomar una ducha, tuve un terrible, agotador, espantoso, terrorífico, atroz y extenuante ATAQUE DE PÁNICO. Ocupo todos esos adjetivos solo para que se imaginen levemente (para los que nunca lo han experimentado), lo realmente horrible que es. Tomé una dosis de mi medicamento para la ansiedad y me acosté un rato, sin poder dormirme. Mi esposo y mi hija estuvieron a mi lado. Sé que me abrazaron mientras el episodio pasaba, porque sentí sus manos y brazos rodeándome.
Durante el ataque quería recordar lo que el Pastor Brad Hoefs recomienda hacer para calmarse durante un episodio, pero no pude recordarlo.
Mientras me atacaba el pánico, pensaba en mi “inútil y frágil vida” y en mi mente le decía a Dios: “¿Por qué no haces que esto termine? ¿Por qué simplemente no acabas con mi vida y ya? ¿Por qué hay personas que pasan años sin síntomas y yo no puedo pasar más de tres meses sin experimentar esto?”. Por cierto, en el mes de mayo estuve una semana de “vacaciones” en el Spa del Policlínico Arce (uno de los hospitales para enfermos mentales).
¿Dios me respondió? No, no en ese momento.
Lloraba
y pensaba que era yo la que debía hacer algo mal para que los ataques volvieran
y me sentí de nuevo sin remedio, sin esperanza. Sé lo que es perderse en la
desesperación de la enfermedad mental, sentir como el fuego de los pensamientos
obsesivos atacan tu mente y simplemente pulverizan tus ganas de vivir. Me ahogo
en el miedo, ese miedo que es parte de mi vida, porque no sé cuándo me dará el
siguiente ataque.
Para los que no conocen lo que significa el ataque de pánico, es descrito por los expertos cómo un miedo intenso no justificado. Un doctor llamado Donald Klein fue el primero en hablar de ese término para describir las repetitivas presentaciones de angustia en forma de crisis sin motivos de aparición aparentes. Los síntomas, desde palpitaciones y dolor en el pecho (que pueden simular un ataque cardíaco), temblores y estremecimientos, disnea (dificultad para respirar), mareos, parestesias (sensación de adormecimiento de los manos y piernas) sudoración, sensación de querer huir de sí mismo, miedo a perder el control y la cordura, entre otros, ocurren todos al mismo tiempo. Te paralizas, temes que no termine nunca y si no sientes morir, deseas hacerlo para que la crisis termine. Este shock emocional te deja sin fuerzas, agotado. Pasé por el fuego y sentí que me quemaba esta terrible angustia, y las aguas me inundaron de manera que sentí que moría ahogada por el terrible miedo que sentía.
Ahora, unos días después del episodio, encontré una respuesta clara de Dios en Isaías 43:2. Mientras el ataque poseía mi mente y mi cuerpo, Él estuvo ahí conmigo. Doliéndose, llorando, viviendo conmigo lo que yo pensaba iba a matarme. Es por eso que sé que esto no me definirá ni me dominará jamás. Aun cuando vuelva a experimentarlo. No va a dictar lo que soy o lo que haga de aquí en adelante. Tengo la esperanza en Jesús, sé que hay un propósito en esto, estoy segura, creo en eso y eso me sostiene.
Fresh Hope es una organización sin fines de lucro basada en la fe que permite a las personas vivir bien a pesar de su reto de salud mental.
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