La Culpa: Bendición Vs. Peligro Inminente. Por: Silvia Cardona Sicard
La Culpa: Bendición Vs. Peligro Inminente
En muchas de las conversaciones que he tenido la oportunidad de compartir como Agente de Esperanza, he notado un tema que casi nunca falta (por no decir nunca): la culpa. Yo misma he luchado en muchas ocasiones por comprenderla.
Mientras el humanismo actual y su filosofía niega la posibilidad de la culpa y rechazan este sentir —que es inevitable en el ser humano—, Dios, en Su Palabra, nos da una perspectiva distinta. Una perspectiva que nos ayuda a discernir cuándo la culpa puede ser una bendición y cuándo se convierte en un peligro inminente.
La Real Academia Española define “culpa” como: “Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. // Hecho de ser causante de algo.” En otras palabras, la culpa surge cuando se ha sido causante de una acción y genera un señalamiento por dicha conducta.
Desde la psicología, la culpa se entiende como una emoción que funciona como alarma cuando se ha transgredido una norma ética, personal o social, y aparece al haber causado daño o malestar a alguien.
La Biblia enseña que la culpa surge como consecuencia del pecado. Más que un sentimiento, es una condición real delante de Dios por haber transgredido Su voluntad. No se trata solo de sentirse mal: es estar en deuda con Él.
Así como existen alarmas verdaderas, también hay falsas alarmas. Tenemos un Dios que, en Su amor, activa esas alarmas para traer luz y libertad, pero también hay un enemigo que busca confundirnos, aprovechándose de nuestra vulnerabilidad y del dolor para disparar falsas alarmas a través de la culpa.
La Biblia nos muestra numerosas historias relacionadas con la culpa: Adán y Eva, Caín y Abel, José y sus hermanos, David y Betsabé, Judas Iscariote, Pedro tras negar a Jesús… Y sin ir más lejos, estoy segura de que tu propia vida tiene también una historia de culpa. En todas ellas, la culpa ha cumplido un propósito, porque es real, existe, y como emoción debe ser escuchada y discernida.
Y ahí es cuando la culpa puede llevarnos por caminos muy distintos:
Puede impulsarnos a huir y escondernos, como sucedió con Adán y Eva.
Puede dejarnos en el remordimiento por las consecuencias del pecado, como ocurrió con Caín.
Puede perseguirnos por años hasta ser confesada, como en la vida de los hermanos de José y transformarse en perdón y restauración, como en David.
Puede llevar a la condena propia, como en Judas Iscariote o abrir la puerta al arrepentimiento y una vida renovada, como le pasó a Pedro.
En cada caso, la diferencia la marca la actitud del corazón. Y esa actitud no debe basarse en la experiencia personal o en lo que sentimos, sino en la verdad revelada en la Palabra:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
Allí se define si la culpa será una bendición o un peligro inminente: puede llevarnos al miedo y la huida, al peso insoportable… o a la confesión y restauración.
El peligro inminente es una amenaza cercana. Pero lo opuesto, según el propósito de Dios, es una seguridad presente y continua en Él:
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.” (Salmo 91:1)
No sé cuál sea tu historia, pero sí sé esto: si tu corazón se mantiene humilde y dispuesto a obedecer lo que enseña la Palabra de Dios, tu experiencia con la culpa podrá convertirse en bendición. Porque Dios no quiere destruirte —¿para qué crearía moradas celestiales si ese fuera su plan? —, ni desea que vivas bajo una culpa insoportable —¿para qué habría muerto Cristo entonces? —.
Él quiere restauración y una vida transformada, con un propósito eterno.
Autor: Silvia Cardona Sicard
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