El coraje que nace del miedo orado - Por: Silvia Cardona Sicard


Mientras camino, mis pensamientos me inundan.

Intentado entender cómo salir de ellos, me siento impotente.

Entre más lucho, más me hundo en el eco de un temor profundo.

Dudando si podré avanzar mientras el tiempo, implacable, sigue su curso.

Opacada más que por lo profundo de la noche, por lo denso de mis miedos.


Un pequeño acróstico de la palabra MIEDO, quizás reflejando cuántas veces nos hemos sentido así: atrapados, esperando que la paz regrese a iluminar el alma. Pero cuando ese sentimiento nos domina, las palabras se esconden, y olvidamos cómo enfrentar lo que nos aterra.

Hoy quiero invitarte a mirar el miedo desde otra luz: la que nos da la Palabra de Dios.
Porque el miedo puede ser parte del camino, pero no tiene derecho a gobernarlo.

 Podemos aprender a reconocerlo, a mirarlo con fe, y declarar, como el salmista: “En el día que temo, en Ti confío.” Salmo 56: 3


  1. El miedo humano y la ansiedad

(Salmo 56:3-4, Isaías 41:10, Filipenses 4:6-7, Salmo 34:4)

El temor es una experiencia profundamente humana, pero la Palabra nos enseña que Dios no lo ignora, sino que responde con ternura. Hay un día, un momento, en que llega el temor, pero en ese mismo instante podemos elegir confiar. Cuando decidimos poner nuestra mirada en Dios, le quitamos poder a lo que nos atemoriza, tanto fuera como dentro de nosotros.


Aun cuando no tenemos fuerzas, Él sigue ahí: no siempre para devolvernos la fuerza de inmediato, sino para ofrecernos refugio en sus brazos. Su diestra permanece extendida, firme, sosteniéndonos. 


Podemos presentar nuestras angustias, temores y dudas en oración, sabiendo que Él nos escucha. Entonces llega esa paz que sobrepasa todo entendimiento —la paz que tiene nombre propio: Cristo— y en medio de la oscuridad de nuestros temores, Él nos libra.


  1. El temor reverente de Dios (temor santo) 

(Proverbios 1:7, Salmo 111:10, Isaías 8:13, hebreos 12:28-29) 

Este miedo no proviene de la ansiedad, sino del respeto, el asombro y la reverencia ante la grandeza divina.


Esa grandeza de infinita sabiduría que los insensatos desprecian, y que nos fue revelada en Su Palabra como guía de vida, a través de sus mandamientos y enseñanzas, para ponerlas en práctica con fe.


Este temor no aflige como el que nace del mundo o de la carne caída; al contrario, nos inspira a temer a Él en reverencia, a reconocer Su santidad y a desear reflejarla. Nos impulsa a servirle con verdad, integridad y un corazón dispuesto a honrarle.


  1. El miedo como oportunidad de fe 

(Marcos 4:40, Josué 1:9, Salmo 23:4, Juan 14:27)

Estas verdades bíblicas nos muestran que el miedo puede convertirse en un impulso para confiar más y fortalecer la fe. Cuando el Padre pregunta: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”, no nos reprende, sino que nos invita a discernir cómo el temor crece cuando la fe se debilita, y cómo podemos enfrentarlo precisamente con fe.


¿Fe en qué? No en nuestras fuerzas ni en nuestros planes, sino en Aquel que ya nos prometió estar con nosotros. Su Palabra nos impulsa a esforzarnos y ser valientes, incluso en los valles de sombra, porque confiamos en un Dios que no falla.

En Cristo recibimos una paz distinta a la del mundo: una paz que nace del amor eterno del Padre, y que nos recuerda que no estamos solos, ni siquiera en medio del miedo.


  1. Vencer el miedo con amor

(1 Juan 4:18, Romanos 8:15, Salmo 27:1)

El amor perfecto de Dios es el arma con la que somos dotados; ese amor disuelve el miedo y restaura la confianza. El temor lleva en sí mismo un castigo, pero ese castigo ya fue llevado en el cuerpo de Cristo crucificado y resucitado. Él ya pagó el precio, por lo tanto, no debemos cargar con lo que Él liberó.


Ya no somos esclavos de la carne ni del mundo en decadencia, sino hijos que pueden clamar con libertad: “¡Abba, Padre!” Como hijos amados, podemos declarar con el salmista: “Eres mi luz y mi salvación.”

Y aun en la oscuridad del temor que intenta opacar nuestra fe, recordamos que Él es nuestra fortaleza. Entonces, la pregunta resuena en nuestro interior:
“¿De quién he de atemorizarme?” Y la respuesta, ya habita en nuestro corazón.



  1. El miedo frente al futuro o la incertidumbre 

(Deuteronomio 31:6, Mateo 6:34, Isaías 43:1-2) 

Este miedo, tan común en nuestros tiempos, ha cobrado fuerza. Pero una vez más, Dios es la respuesta: Él nos promete dirección, compañía y esperanza en medio de lo desconocido.


No solo porque ha prometido ir con nosotros y no desampararnos ante aquello que “inspira miedo”, sino porque cada día, frente al afán, renueva sus misericordias.
Ante cada dificultad, nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Él. Y cuando las aguas amenazan con desbordarse y ahogarnos, recordamos que su redención ya fue forjada en la eternidad… y hoy sigue acompañándonos.


En medio del temor, no negamos el miedo: lo reconocemos. Pero hoy te invito a dar un paso más, a hacer de esa emoción una afirmación personal de fe. Elige confiar en Dios y en Su Palabra; permite que Él sea tu sustento en cada momento de ansiedad, incertidumbre o peligro.
Como dijo Karl Barth: “El coraje es el miedo que ha dicho sus oraciones. Si tengo coraje, es porque he orado en medio del miedo.”

Que cada oración nacida del temor se transforme en confianza, y cada temor, en una nueva oportunidad para creer.


Autor: Silvia Cardona Sicard 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Algunas cosas que debes saber acerca de los Cristianos que luchan con la Ansiedad (Por Adam Ford, The Babylon Bee)

"Es la Enfermedad Mental de hecho Bíblica?" Por Stephen Altrogge (The Blazing Center)

"El Bienestar Ocurre Cuando «Yo» Se Convierte En «Nosotros»" Por Brad Hoefs